Durante la semana pasada, los mercados financieros y la coyuntura económica estuvieron marcados por una creciente incertidumbre tanto en Argentina como en Estados Unidos. Ambos países enfrentaron factores que presionaron los activos financieros, redefinieron expectativas de política económica y ajustaron el apetito por riesgo de los inversores.
En Argentina, la situación política volvió a convertirse en el principal factor de inestabilidad. La derrota del oficialismo en la Provincia de Buenos Aires, donde la oposición superó ampliamente a La Libertad Avanza, fue interpretada como una señal de rechazo popular hacia el presidente Javier Milei. Este revés electoral coincidió con un escándalo de corrupción que involucró a Karina Milei, figura clave del gobierno, debilitando aún más la percepción de legitimidad institucional. La reacción del mercado fue inmediata: los bonos soberanos argentinos registraron caídas del orden del 6 al 9 %, el riesgo país superó los 2.300 puntos y el índice bursátil MERV retrocedió casi un 20 % desde su último máximo. A su vez, el tipo de cambio paralelo (blue y MEP) mostró una suba semanal del 5 al 7 %, lo que reactivó las coberturas cambiarias por parte de empresas e individuos.
Desde una perspectiva financiera, estos movimientos reflejan un proceso de repricing ante un escenario de gobernabilidad incierta. Los flujos institucionales se replegaron hacia instrumentos de cobertura como bonos CER, dólar linked y posiciones en liquidez, priorizando activos de bajo riesgo y ajustables por inflación. En este contexto, el mercado castiga a los sectores más regulados, como energía y servicios públicos, y premia parcialmente a emisores con exposición externa o ingresos en divisas. La estrategia predominante es defensiva y de corto plazo, en espera de mayor claridad en el plano político. En términos fundamentales, se percibe que un posible cambio de correlación de fuerzas en el Congreso podría abrir margen para una recuperación de activos, siempre que la política fiscal se mantenga disciplinada.
En Estados Unidos, la atención se centró en el mercado laboral, que mostró señales de debilitamiento. Durante agosto, la creación de empleo se desaceleró drásticamente, sumando apenas 22.000 nuevos puestos de trabajo, mientras que la tasa de desempleo se elevó al 4,3 %, el nivel más alto desde 2021. Estos datos pusieron fin a una larga racha de crecimiento sostenido del empleo, despertando temores sobre una desaceleración más estructural de la economía. En consecuencia, los mercados comenzaron a ajustar con fuerza sus expectativas sobre la política monetaria: se incrementaron las probabilidades de un recorte de tasas por parte de la Reserva Federal en su reunión de mediados de septiembre. La curva de rendimientos de los bonos del Tesoro se comprimió, y los títulos a 10 años bajaron desde 4,30 % a 4,10 %.
A nivel bursátil, el índice S&P 500 tuvo una corrección leve, con caídas en los sectores de consumo y bancos, y subas en sectores defensivos como salud y servicios públicos. El índice de volatilidad VIX subió hasta 17,5 puntos, reflejando un aumento de la aversión al riesgo. El sentimiento del consumidor también mostró signos preocupantes: la mayoría de los estadounidenses se manifiesta escéptica respecto de sus perspectivas económicas personales y el llamado «sueño americano». Esto refuerza la percepción de un cambio de ciclo económico que podría llevar a un ajuste más prolongado de la política monetaria.
Financieramente, los gestores de portafolio están rotando hacia activos de mayor duración y menor volatilidad. Se observa una mayor demanda por bonos del Tesoro, activos vinculados al oro y acciones de empresas con ingresos estables. En paralelo, se ajustan los modelos de valoración en función de una menor expectativa de crecimiento de utilidades y un posible giro de la Fed hacia un sesgo más expansivo.
